lunes, 18 de diciembre de 2017

El abeto

  ¿Puedo ayudarla en algo? señora —dijo el vendedor de abetos navideños. 
  Gracias a Dios que no le vio la cara, si había algo que a Natalia le molestaba en esta vida era que la llamasen señora, lo hubiera podido estrangular si no se hubiese distraído con otra persona,  justo en ese momento le pareció ver a un conocido y había vuelto la cabeza en la dirección en que se dirigía el hombre en cuestión.
  —¡Vaya, ya ni saludas! —le dijo acercándose y dándole dos besos tan espontáneos como ella.
  —Perdone ¿Nos conocemos? —se extrañó el hombre ante tanta efusividad.
  —Hace tiempo que no nos vemos, pero vaya, no pensé que te hubieses olvidado de mí tan pronto.
  —De verdad que no la conozco de nada, pero si puedo serle útil en algo —se ofreció muy caballerosamente.
  Natalia se lo quedó mirando, y subiéndole unos colores que le pusieron las mejillas de un color grana subido se empezó a excusar.
  —Perdón, lo siento mucho, de verdad que lo siento, es que se parece usted tanto a un conocido mío que... Dios mío, qué vergüenza —volvía a disculparse, esta vez llevándose las manos a la cara, cosa que hizo que se le cayeran unas carpetas que portaba en el brazo, del proyecto que tenía que presentar en media hora—. Mierda, mierda y mierda.
  Todo el proyecto que llevaba más de un mes preparando estaba esparcido por el suelo, y eso no era lo peor de todo, lo peor era que había estado lloviendo y la parada de los abetos estaba convertida en un barrizal.
  —Tranquila, yo te ayudo —la tuteó, después de que ella hubiese pasado del tú al usted.
  —No se moleste, gracias de todos modos, he arruinado todo el trabajo, es que no puedo ser mas patosa —se levantó limpiándose la mano en la chaqueta para ofrecérsela al hombre—, Natalia —se presentó.
  —Esteban —contestó él, tendiéndole a su vez la suya—. Todo tiene arreglo, verás como si los pones a secar recuperas el trabajo.
  Natalia se dio cuenta que el llamado Esteban tenía un delicioso acento argentino, pero ella no podía permitirse salirse ni un minuto del guión que tan bien había definido. Tenía una cita con el que ella quería que fuese su futuro jefe, y por querer ahorrar tiempo lo había malgastado haciendo el ridículo con un desconocido, y al final, ni siquiera había comprado el árbol de navidad, esa era la única tradición que respetaba de su infancia y había pensado aprovechar el tiempo; compraría el abeto, lo dejaría en el coche y se iría a la entrevista, todo planificado, tal como intentaba hacerlo siempre, ¿por qué entonces nunca le salían las cosas como las planeaba? estaba cansada de ser la torpe, pensó que cambiando de ciudad, de trabajo y casi de manera de pensar las cosas también cambiarían, pero era imposible que cambiase nada si ella no era la primera en hacerlo, pero era tan difícil ese cambio, "uf, menudo trabalenguas" pensaba, "como todo en mi vida" pensó Natalia con profundo malestar.
  —¿Ha decidido ya el abeto que le gusta, señora? —preguntó el vendedor de nuevo, viendo que ella no decía nada.
  —Eh... oh... esto, es que se me ha hecho tarde, lo siento, ya volveré mañana si puedo  —contestó azorada.
  —Si quieres te ayudo a llevarlo al coche y así no te demoras en tu cita, yo también tengo una cita en unos quince minutos, aunque te diré un secreto, como soy el jefe tengo que llegar el primero jajaja, pero si me das tu teléfono me gustaría invitarte a un café, aunque solo sea para compensar el mal rato que te he hecho pasar.
  —No te preocupes, no ha sido para tanto, es que estoy siempre en los mundos de Yupi, por eso me confundo y me pasan las cosas que me pasan, no ha sido para nada culpa tuya, así que romperé mi norma y te daré mi número para tomar ese café —dijo sacando una tarjeta de su bolso y dándosela a Esteban para, a continuación, salir corriendo, ya que se le echaba el tiempo encima.
  Llegó al coche, se sentó ante el volante y como pudo intentó limpiar con unos clínex, y de la mejor manera posible, el desastre de papeles húmedos y manchados de barro. Se avergonzaba de presentar aquello pero no le daba tiempo de ir a su casa a imprimir otra copia. 
  Llegó al sitio de la reunión y una secretaria monísima la hizo pasar a una sala de espera, le dijo que en unos minutos la atendería el RRHH, Natalia se quedó mirando con cara de boba a la joven, esperaba que no fuese norma de la empresa hacerlas parecer modelos de pasarela, ella era arquitecto, y los tacones que llevaba la secretaria le parecieron imposibles, sobre todo, cuando tenía que visitar alguna obra, "Lía, si sigues pensando tonterías no vas a dar pie con bola en la reunión, cálmate" se decía intentando sosegar cuerpo y mente con un mantra que en vez de relajarla la estaba poniendo más nerviosa, tanto correr y ahora eran ellos los que se retrasaban, "¿sería un mal presagio?" se preguntaba de nuevo.
 Cuando ya estaba al borde de un ataque de nervios la “Súpermegamodelosecretaria” le dijo que podía pasar, que la estaba esperando el jefe de personal.
  —Buenos días —saludó tendiendo la mano. 
  —Siéntese, por favor, Natalia, ¿Verdad? —leyó el nombre de la ficha que tenía sobre la mesa.
  —Gracias —dijo mientras tomaba asiento.
Después de casi una hora de entrevista, leyendo y releyendo el currículum y haciéndole un sinfín de preguntas, el director de recursos humanos de la constructora se levantó de su cómodo sillón y acompañándola a la puerta, le dijo que ya la llamarían, que en veinticuatro horas tendría una respuesta, y, lo de siempre, que era una de las personas con mayores posibilidades, bla, bla bla.
  Salió un poco decepcionada, esperaba que con sus referencias y el proyecto el puesto fuera suyo, pero con su suerte y el trabajo tan desastroso que había presentado, se veía comiendo en una casa de caridad si no le salía algo, los ahorros se estaban evaporando a una velocidad demasiado rápida. 
  Había dejado su pueblo para instalarse en una gran ciudad, lo que no esperaba era que las cosas fuesen tan difíciles, y ahora no era plan de echarse atrás, en eso era tan cabezona como su padre, si se daba el paso era con todas las consecuencias. Así que se fue para casa diciéndose que de una manera u otra encontraría trabajo, tenía una carrera y había trabajado en una empresa bastante grande, aunque las obras no fueran como las que ella tenía en la cabeza, ella no se conformaba con restaurar casas unifamiliares, necesitaba algo más, necesitaba crear, su padre antes de morir se lo dijo, estás destinada a hacer algo grande y ella creía a pies juntillas en lo que su padre le decía y no pensaba defraudarlo, no señor. Así que hizo el petate y se marchó a buscar su oportunidad, lo malo era que esta estaba tardando mucho en llegar.
  Con esos pensamientos en la cabeza llegó a su pequeño apartamento, aparcó el utilitario y se dijo que tendría que pasar del árbol de navidad, decoraría una planta y ahorraría por lo que pudiera pasar. Subió a pie los dos pisos de altura y al llegar al rellano encontró la puerta de su apartamento invadida por un enorme abeto navideño, maldijo cien veces al imbécil al que se le había ocurrido dejar aquello allí, ¿cómo se suponía que entraría ella en su piso? Llamó a la vecina, una señora mayor que se enteraba de todo, y le preguntó si tenía idea de quién podía ser aquella monstruosidad, la señora Vidal se la quedó mirando a través de la puerta a medio abrir y con cara de “estaniñaestontayensucasanolosaben” le dijo que por qué no leía la tarjeta que estaba enganchada. Se dio un golpe con la mano en la frente pensando que su genio y sus impulsos siempre acababan poniéndola en un aprieto, cuándo aprendería a pensar antes de actuar, no debía ser tan difícil, la gente lo hacía a cada momento, ¿qué le pasaba a ella que era incapaz? seguro era una tara, a su madre no le debieron dar ácido fólico durante el embarazo, de eso estaba segura. Así que abrió la tarjeta y leyó el mensaje que había escrito, algo tan escueto como: Acéptalo, gracias. Sin nombre, sin dirección, aquello ya era el colmo, quién demonios le había llevado ese árbol, se preguntaba, por muy navideña que fuese la época nadie iba por el mundo regalando pinos, seguro era una equivocación, pero ¿a quién coño le avisaba de su error? 
  Estaba apartando el enorme abeto que era casi más grande que su minipiso para poder abrir la puerta cuando le sonó el móvil, vaya, lo que faltaba, abrió el bolso como pudo y sacó el teléfono. Número desconocido, por favor, por favor, pensaba, ojalá sea de la empresa y me den el puesto, se empezó a ilusionar. 
  —¿Diga? —contestó con el corazón en la garganta.
  —¿Te ha gustado el abeto? —dijo una voz al otro lado.
Al momento no lo reconoció, no tenía ni idea de quién era, cuando una luz se abrió paso en su cerebro, ¡Esteban! le vino el nombre de pronto y, aunque sin querer, se le curvó la boca hacía arriba en una sonrisa.
  —Es enorme, creo que si meto el árbol yo no quepo en casa —contestó riendo.
  —Me debes un café, si te parece me paso por tu casa, tomamos ese café y te ayudo a decorarlo —se ofreció.
  —Está bien —contestó casi sin pensar.
  No lo conocía de nada, pero le pareció una persona decente y además estaba como un tren, hacía meses que no salía con nadie, y el tiempo que estuvo con su ex tampoco es que le hubiese ido demasiado bien, así que montarían ese abeto en mitad del pequeño salón y tomaría ese café... y si surgía algo pues bienvenido fuera, y si no, pues pasaría una tarde agradable intentando no pensar en si le llamarían o no de la constructora.
  En menos de diez minutos se presentó Esteban en su casa cargado con un sinfín de adornos navideños.
Esteban era una persona muy agradable a pesar de su aspecto de alto ejecutivo era jovial y alegre. Conversaron mientras se terminaba de hacer el café. Natalia tomó un plato de la alacena y un paquete de pastas, afortunadamente las tenía guardadas por si surgía que le aceptaban en el trabajo y lo celebraba con una buena botella de vino que se había traído del pueblo. Salió con una bandeja donde colocó todo en la mesita que tenía en el pequeño salón, que ya era minúsculo de por sí, mucho más con el tremendo árbol que mandó Esteban. Colocaban bolas de colores, espumillones y luces mientras reían, era extraño, sin conocerse se daban cuenta que tenían muchas cosas en común y a cada coincidencia saltaban chispas. Las horas pasaron en un suspiro. Hablaron sobre sus vidas, sus gustos y sus expectativas de cara al futuro. Esteban se apenó mucho cuando Natalia le contó del reciente fallecimiento de padre y fue por eso que dejó todo atrás para empezar de nuevo, incluso el novio que tenía. El cual no tenía aspiraciones de progresar y eso empezó a ser un problema para su relación, así que Natalia decidió romper con él antes de que fuera demasiado tarde y se viera enclaustrada en un pueblo del que sólo le quedaban recuerdos.
Así mismo, Esteban le contó lo mucho que le había costado llegar a donde estaba dada su juventud. Se esforzó al máximo y trabajó duro. No tenía pareja; eso a Natalia le sorprendió porque era un hombre muy apuesto y no era de extrañar que tuviera una, no, doscientas. Natalia le ofreció quedarse a cenar y así seguir hablando, lo hicieron de todo menos de trabajo. 
Cenaron en plan picoteo, bebieron más vino, Natalia si no paraba tendría un buen dolor de cabeza al día siguiente. Cuando terminaron Esteban la ayudó a recoger, poco después se despidieron hasta otro día.
Natalia esperaba impaciente alguna noticia sobre la entrevista de trabajo. Algo en su interior le decía que el puesto sería para ella. Ese año también pensó que no tendría su abeto para Navidad y al final tenía uno que ocupaba casi toda su casa. Sonrió al recordar las horas que había pasado con Esteban. Se le veía un gran hombre.
Al día siguiente estaba sentada en un taburete de la cocina haciendo cálculos sobre los ahorros que le quedaban y en cómo administrarse esas Navidades. Las pasaría sola, así que mucho gasto no haría, era mejor guardarlo por si no salía el empleo nuevo. A su lado un bloc de notas, apuntaba la lista de la compra. Ahora que lo pensaba, había hecho auténticas virguerías la otra noche para cenar algo con Esteban. Su nevera daba miedo. Sólo esperaba que Esteban no se hubiera dado cuenta de su situación.
Pasaron varios días sin noticias de Esteban, ni del trabajo. Empezaba a creer que no la llamarían cuando su teléfono comenzó a sonar.
— ¿Si, dígame?—contestó al instante.
—Hola, buenos días, ¿Natalia, por favor?— reconoció la voz al instante. Era la súpermegasecretaria que la atendió la primera vez.
—Hola buenos días, sí, soy yo —respondió nerviosa.
—La llamo para concertar una nueva entrevista. ¿Podría acudir al mismo lugar, mañana martes?
—Eh, mañana, si claro, cómo no. ¿A qué hora quiere que vaya?
— ¿A las diez y cuarto sería posible? El jefe de personal después tiene un almuerzo y sólo dispondrá de esa hora.
—Sí, si, por supuesto. Allí estaré. Gracias. Adiós.
—Adiós.
Natalia temblaba como un flan. La habían llamado. ¿Qué más podía pedir? “Natalia, igual un caprichito sí qué te puedes permitir después de todo”, se decía. Se puso un abrigo y salió al centro. Aunque el día era frío, lucía un espléndido sol. Se sentaría en una terraza y disfrutaría de una buena comida. Pasearía por las calles, observaría los escaparates llenos de adornos y luces. Uno le llamó más la atención que el resto. Era una perfumería de las de antes, el escaparate decorado con un gusto exquisito, los perfumes colocados estratégicamente, algunas bolas puestas de manera que hacían figuras. En una pequeña esquina, un bonito belén hacía que quién por allí pasara, se detuviera sólo para contemplarlo. Siguió su camino, caminaba respirando el aire de la cuidad, la gente se aglomeraba a la entrada de los establecimientos que estaban abiertos apurando sus últimas compras. Natalia miraba embobada todo aquel trajín. No le gustaba lo más mínimo ese tipo de lugares donde se agolpaba tanta gente, tanto ruido pero por primera vez en mucho tiempo lo estaba disfrutando. No se dio cuenta que alguien desde la otra acera la estaba llamando hasta que lo sintió a su espalda.
—Hola, Natalia —se giró y se encontró con su ex.
— ¿Pero qué haces tú aquí?—Vio las intenciones de darle un beso en los labios e intentó evitarlo pero no le dio tiempo. El beso que le plantó en toda la boca no sólo lo vieron los viandantes, sino también Esteban que salía de una prestigiosa pastelería que se hallaba enfrente.
— ¿Tú eres tonto, o te lo haces? ¿Por qué has hecho eso?
—Tampoco ha sido para tanto, chica.
—¡Qué no ha sido para tanto, dice!, si casi me ahogas, además, ¿con qué derecho te crees para besarme? —Le recriminó enfadada.
Sin ella darse cuenta, al ver Esteban sus gestos y notar que algo no iba bien con aquel joven, se acercó hasta ellos.
—Hola, ¿te encuentras bien? —le preguntó al tiempo que el ex de Natalia intentaba volver a besarla.
—¡Nada que deba preocuparte, amigo! Una simple riña de enamorados —aquella aclaración lo pillo por sorpresa, porque hasta donde hablaron la otra noche, Natalia le había dicho que no tenía pareja.
—¡Eres un imbécil! Hola Esteban, este es mi ex, por favor no le hagas caso.
—A pero si os conocéis y todo. ¿qué pronto has encontrado un nuevo ligue, eh? Claro, se le ve un tipo con pasta.
—Deja de decir estupideces, anda —Natalia nunca se dejó aturullar por él. En parte lo dejó por su carácter dominante y obsesivo.
—Natalia, vamos —dijo Esteban tomándola de la mano—. No tienes por qué aguantar a este individuo —Natalia se sentía abochornada ante esa situación delante de Esteban, se agarró a su mano con fuerza y tiró de él.
—Adiós, Rubén —dijo sin mirar atrás.
Tomados de la mano se fueron en dirección a algún lugar que en ese momento ninguno de los sabía cual era. Sólo sintieron la necesidad de seguir caminando  así, tomados de la mano, ese simple contacto los hacía felices. Se habían visto un par de veces y ya era como si no pudieran estar separados.
 Llegaron a un bonito restaurante y se sentaron en la terraza, cerca de los calefactores que tenían colocados estratégicamente para calentar a los clientes. Comieron juntos,  rieron, Lía le comentó que la habían llamado para otra entrevista para el día siguiente. Esteban se atrevió a preguntarle dónde se tenía que reunir, era mucha casualidad que él también tuviera una entrevista al día siguiente. No le habían dicho el nombre de la entrevistada pero sospechaba que se trataba de ella. Eso, lo llenó de alegría. ¿Supondría algún problema para Lía aquello? Esa misma tarde lo averiguaría. Él menos que nadie quería ser un obstáculo para el futuro de Natalia. Pero por otro lado, ya no podía separarse de ella, los días que habían pasado no había podido dejar de pensar en ella y esperaba que a Lía le ocurriese lo mismo. 

A Lía le pasaba lo mismo, lo que podía hacer el azar en las Navidades, o mejor dicho, un abeto, el mejor regalo que podría tener.

lunes, 4 de diciembre de 2017

El velatorio

El tanatorio abrió con puntualidad británica, a las ocho en punto. En la puerta ya esperaban algunas personas que debido a la pérdida no habían podido pegar ojo en toda la noche.
Abrieron las puertas y una de esas personas era la viuda, entró a las oficinas a preparar el velatorio y todo lo relacionado con el entierro, cómo si ella estuviese de humor para escoger músicas, recordatorios ni otras cosas que le parecían bastante absurdas, al fin y al cabo una vez muerto el burro la cebada al rabo, que decía su madre, además ella no era especialmente religiosa, si hacía aquello era por él, un hombre por el que hubiese dado todo lo que tenía, y era mucho, para que siguiera a su lado, había sido lo mejor que le pudo pasar en la vida, un hombre divertido, sin prejuicios y siempre dispuesto a darle el menor de sus caprichos. Pero la vida era cruel y se lo había arrebatado apenas unos meses después de conocerlo.
Después de realizar todos los trámites entraron en la sala asignada al cuerpo, allí estaba, tan frío, tan solo, con su traje de Armani, el que se resistió tanto a que ella le regalase, pero había visto con qué ojos se lo miraba, ella era generosa por naturaleza y no le dolía pagar lo que fuese si con ello la persona que había a su lado era feliz y Gerry no hacía más que repetirle lo feliz que era. Por eso le pareció tan cruel que aquel infarto se lo llevase tan pronto, ni siquiera había tenido tiempo de hablarle de su familia, decía que no eran nada importantes, le hubiera gustado poder llamar a alguno de ellos para pasar juntos un trance tan amargo, con el único que pudo contactar fue con  su amigo, el que los presentó, aunque era una relación un tanto extraña, siempre iba tras él, siempre como su sombra, qué amigo tan fiel, tan callado, tan atento a sus necesidades, y él a veces se mostraba incluso descortés con el pobre hombre, aunque lo más extraño es que no parecía importarle.
Estaba evocando momentos felices a su lado y pensando que en realidad no sabía gran cosa de él cuando entró el amigo, acompañado de otro personaje.
Se levantó de donde estaba para saludar a los recién llegados cuando el amigo le susurró al oído que saludase al presidente.
—¿Presidente, qué presidente? —dijo extrañada levantando la cabeza de golpe.
Creyó morir, allí estaba dándole el pésame con un español macarrónico el mismísimo presidente de Estados Unidos... Donald Trump en persona, y ella se había quedado paralizada, no tenía ni idea de cómo debía dirigirse a él, ni por qué demonios estaba aquel hombre allí.

—Sorry, my dear sister in law, supongo que my brother nunca habló about me.


martes, 28 de noviembre de 2017

La gasolinera

“Puñetera crisis, que me tenga que ver yo trabajando en una gasolinera, esto es lo último que esperaba en mi vida”, pensaba Sofía embutida en aquel mono azul manchado de aceite y que la hacía parecer una vaca.
Estaba en la tienda reponiendo estanterías y cociendo pan, ya que ahora las gasolineras vendían de todo menos combustible, pero cuando una es demasiado orgullosa, pasa lo que pasa. Se había separado hacía unos meses de su marido y en un arrebato de dignidad le dijo que no quería nada suyo, así que al susodicho le faltó tiempo para preparar los papeles y hacer que firmara, en caliente, su renuncia a todo lo que por ley le pertenecía, por ese motivo había tenido que cambiar los altos tacones por botas de trabajo, y las meriendas en las cafeterías de moda por un sándwich de la máquina de la tienda, ya que acababa tan cansada que cuando llegaba a casa no le quedaban ganas ni de prepararse un bocado.
—Oiga, oiga, no puede aparcar ahí —salió corriendo al ver que un señor aparcaba un camión, que transportaba un enorme armario, y se iba.
—Es un momento —chilló desde la otra acera el conductor.
—Por favor, no puede dejar esto aquí, no tengo visibilidad desde dentro, ¿qué no lo ve? Esto no es un aparcamiento, es una gasolinera —seguía objetando Sofía.
—Tengo una idea, póngalo donde le dé la gana —dijo el camionero tirándole las llaves.
Aquello era el colmo, pero qué morro tenía la gente, se dejaba el camión de cualquier manera, lleno de trastos y ahora ella tenía que buscarle aparcamiento si quería seguir trabajando, encima su compañero se había puesto enfermo y no había ido a trabajar aquel día, ella era novata, no sabía cómo lidiar con según que problemas, y claro está, no podía llamar al jefe por una tontería así.
Con todo el mal humor que era capaz de soportar, ya que estaba muy enfadada, se subió a la cabina del camión. Introdujo la llave y la hizo girar lentamente, todavía no se podía creer que estuviera haciendo aquello, puso una marcha y aquella tartana no quería moverse, volvió a bajar el freno de mano por si no estaba del todo suelto pero nada, por fin después de cuatro intentos y una cola que llegaba a la carretera, el camión se movió bruscamente dando un acelerón tan brusco que hizo que se cayera el armario que estaba sin sujetar. ¡Qué más puede salir mal!, pensó Sofía ya con los nervios a punto de estallar.
Al caer el armario se agrietó un poco, de la grieta empezó a salir un hilito de un líquido rojizo, la gente que hacía cola para pagar el combustible se estaba impacientando, una señora mayor la empezó a increpar llamándola torpe y poco profesional, a raíz de esta declaración las demás personas se sumaron en susurros a lo mal que atendían últimamente en aquella gasolinera, algunos que solo querían pan o el periódico se fueron diciendo que pondrían una queja, ella estaba desbordada, no solo por la situación, también por lo poco solidaria que era la gente, no se daban cuenta que estaba sola y que si no sacaba el camión no podía seguir atendiéndoles, ya que tapaba completamente la ventanilla de atención al cliente. Hubiera esperado un poco más de ayuda o como mínimo solidaridad por parte de los usuarios, pero en estos tiempos la solidaridad escaseaba, como se estaba demostrando aquel nefasto día.
El líquido llegó hasta los pies de la señora mayor que dando un gritito saltó hacia atrás.
—¡Esto qué es, por Dios!
El resto de clientes empezaron a mirar qué era aquello que salía del armario caído, Sofía al ver por el espejo retrovisor aquel alboroto bajó del camión dejándolo peor aparcado de lo que estaba, no parecía funcionar nada, así que pensó que mejor no tocaba no fuese que encima se acabara de joder y le echaran la culpa a ella, solo le faltaría eso para rematar el día. Con bastante recelo se acercó al líquido que no paraba de salir de la grieta, no era mucho pero le ponía los pelos de punta, a saber qué había allí dentro, no quería ni pensarlo, pero tenía toda la pinta de ser sangre.
Un señor mayor que durante todo el episodio no había abierto la boca, sería el único, seguro, se agachó y cogió un poco con los dedos, lo miró, lo olió y dijo lo que ella había pensado, parecía sangre, pero no olía como tal, dijo el anciano caballero.
—Jovencita, yo que usted llamaría a la policía —le dijo cortando un trozo de papel de manos que había la lado del surtidor y limpiándose con el los dedos manchados.
Sofía entró dentro y con manos temblorosas marcó el 112, cuando contestaron les dijo que acudieran urgentemente, que se había caído un armario y salía sangre de una grieta, aquello era inaudito, estaba muerta de miedo y ella solo estaba trabajando, ¡jolines, ella solo quiso apartar el camión que estorbaba! Estaba temblando como una hoja a la vez que un sudor frío recorría su espalda haciéndola tiritar.
—Señora, tranquilícese, ya vamos para allá —le dijo el agente que no había sido capaz de entender nada de aquel galimatías.
No se despidió, ya no salían más palabras de su garganta, estaba aterrorizada, aquel imbécil le había dejado allí un marrón que ella no sabía como tragar.
Estaba paralizada, el caballero que le había dicho que llamase a la policía se hizo cargo de la situación al ver que Sofía estaba en shock. El buen hombre tenía buena disposición, y sabía lo que era el control de masas, no en vano había trabajado casi toda su vida en las urgencias de un gran hospital.
Hizo salir a todo el mundo y no permitió que nadie tocara ni pudiera adulterar las pruebas de lo que pudiera ser aquello, que parecía sangre pero no olía como tal, cosa que lo tenía un poco descolocado, pero como dijo un franciscano inglés del medievo “en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable” así que le dio a Sofía un café de la máquina expendedora, bastante malo por cierto, aunque pensara que le iría mejor una copa de brandy, pero eso no estaba a su alcance en aquel momento si no quería dejarla sola.
Al cabo de un rato llegó la policía, de nuevo el anciano se hizo cargo de todo, Sofía bastante tenía con temblar y maldecir su suerte, así que los agentes se acercaron al armario, lo miraron bastante de reojo, cogieron muestras del líquido que emanaba de él y llamaron a la científica, no estaban seguros de poder tocar sin alterar cualquier pista que pudiera esclarecer aquello. Le pidieron la llave del armario a Sofía pero claro está ella no la tenía, así que lo forzaron…
Nadie esperaba ni por casualidad lo que allí había, al abrir la puerta empezaron a rodar cabezas, literalmente, el armario estaba lleno de cabezas cortadas, estaban metidas en un recipiente con un líquido que al caer el armario se había resquebrajado y por eso el chorreo.
La serie C.S.I. parecía haberse instalado en la gasolinera, batas blancas, mascarillas, maletines con polvos para tomar huellas, lámparas ultravioleta para detectar la sangre, todo un despliegue en el que no faltó ni la televisión.
Los científicos estaban sacando muestras de todo mientras la policía interrogaba a Sofía que cada vez estaba más asustada, y a la vez estaba más convencida de que en otra vida tuvo que hacer algo muy mal para estar pagando en esta tantas desgracias juntas, pensaba abatida.
En aquel momento llegó el dueño del camión, se le había pasado un poco el cabreo con sus jefes, motivo por el cual había dejado el camión de cualquier manera, y fue a recogerlo sin pensar en el alboroto que había provocado. Al verlo Sofía se dejó ir hacía él, tenía ganas de matarlo, cómo se le había ocurrido hacerle aquello, pero al ver tantas cabezas alineadas en el plástico que había colocado la policía en el suelo le entraron unas arcadas que no pudo controlar y sin poder evitarlo vomitó el café que llevaba en el estómago, se limpió la boca con la manga, no tenía ánimo ni para buscar un vaso de agua y enjuagársela, aquello era superior a sus fuerzas.
—¿Se puede saber qué están haciendo con mis cabezas? —preguntó el conductor con los ojos abiertos como platos.
—¿Y lo dice así? Eso es lo queremos saber, ¿a quién pertenecen estas cabezas? Y por qué las lleva usted en ese armario, le comunico que deberá acompañarnos a comisaría, esto es muy grave, y dónde están los cuerpos —preguntaba el policía sacando los grilletes para esposar al hombre.
Al buen hombre le dio un ataque de risa, todos pensaron que era por los nervios, ya que la situación no tenía nada de graciosa.
—¿Puedo saber qué es lo que le hace tanta gracia?
—Bueno, si se hubiesen fijado un poco verían que todas las caras son prácticamente iguales, no hay en el mundo tantos gemelos jajaja.
Los allí presentes se pusieron a repasar las cabezas y efectivamente todas se parecían bastante, vaya, tanto que eran copias una de otra, el buen hombre seguía con su hilaridad.

—Bueno, parece ser que la empresa trabaja con eficiencia —reía— si se hubiesen tomado la molestia de mirarlas bien habrían visto que son de atrezzo, es material para una película, me había discutido con el director y por eso le dije que viniera él a buscar sus cabezas, pero hemos llegado a un acuerdo, aunque supongo que me tendrá que pagar un extra, que me detuvieran no estaba previsto en el guión.


martes, 7 de noviembre de 2017

Finalizando Forastera.


Habían pasado muchos años, Claire vivía una vida sin vivir y por parte de Jamie la cosa no era muy diferente, habían pasado veinte años desde que la obligó literalmente a volver a su época, ella no quería pero él no se iba a arriesgar a que volviera a perder un hijo, él no lo conocería, pero ella cumpliría su sueño de ser madre y en el siglo dieciocho no hubiera tenido la posibilidad si el embarazo era como el anterior.
Jamie salía de Broch Tuarag a caminar por los lugares que Claire había pisado, por qué e señor no le hizo el favor de matarlo en aquella batalla, eso era lo que él iba buscando, pero no se lo concedió y la penitencia era mucho peor que haber muerto, era estar sin ella. Se acercó a aquella piedra que se la había tragado, todavía se le erizaba la piel cuando lo pensaba, puso las dos manos como tantas veces y apoyó la cabeza en ella, nunca antes lo había sentido, pero le crujieron los huesos, se hacía mayor, pensó.
Claire llevaba unos días en Invernes, de tanto en tanto necesitaba un tiempo a solas con sus recuerdos, necesitaba sentirlo cerca y lo más cerca era Broch Tuarag, la casa familiar había sido reformada como hotel rural y aunque no era lo mismo ella sentía su presencia, lo añoraba tanto que le costaba respirar, salió a las piedras, le daban miedo, se había descompuesto las dos veces que había atravesado el tiempo pero estar allí le hacía pensar que era posible… se apoyó con las dos manos, por probar, no sentía el zumbido de abejas como la primera vez. Pero los huesos se le deshacían, se estaba licuando, en un grito desesperado llamó a Jamie, seguía enfadada con él, la hizo volver para ir a morir en Prestonpans, eso no se lo perdonaría nunca.
Un crujido salió de la piedra, su cuerpo recordando lo anterior se estremeció pero ella siguió allí, algo había que no la dejaba despegarse de ella, de pronto una fuerza sobrenatural la empujó y cayó al suelo, esta vez no se desmayó, pero un peso muerto había caído sobre ella, como pudo intentó levantarse, la cabeza le dolía y tuvo miedo de haber vuelto a viajar en el tiempo, si él no estaba no tenía nada que hacer allí.
Al moverse escuchó un gemido, como pudo se levantó intentó evaluar los daños, pero no parecía que hubiera nada fuera de sitio, giró la cabeza y el coche seguía en su sitio… entonces lo vio, un escocés pelirrojo, algo canoso y con faldas, el corazón se le desbocó pero se acercó con prudencia a ver quién era.
—¿Jamie? ¿Eres tú? No, no es posible —repetía casi en trance.
—Mmhh, mi cabeza, ¿qué ha pasado? ¿Sasenach, eres tú? Me estoy volviendo loco, veo a Claire por todas partes —decía restregándose los ojos.
Se sentó como pudo, pensando que ella había vuelto, ninguno de los dos era consciente de lo que había pasado, se abrazaron largo rato hasta que Claire dijo de ir a casa.
—Sí, allí estaremos mejor, hace frío y la lumbre nos hará entrar en calor.
—Creo que no te has dado cuenta realmente de la situación, estás en el siglo veinte, amor.
Bajaron la cuesta y a Jamie casi le da un soponcio, aquello no era Invernes, aquello era una cuidad enorme y había aquellos artilugios de los que Claire le había hablado, los carros no eran tirados por caballos y pasaban a una velocidad diabólica.
—Tranquilo, no pasa nada —le decía ella mientras le daba la mano como si de un niño se tratara. 
Llegaron a su coche y le hizo subir, él lo miraba todo con ojos curiosos, y, aunque confiaba mucho en ella lo cierto es que le daba pánico ese mundo, había demasiado ruido, pocos árboles y la gente pasaba sin saludar a nadie, sin conocer a nadie.
Cuando se puso en marcha el auto Jamie se cogió al salpicadero y cerró los ojos al ver que los demás pasaban por su lado como centellas. De pronto se paró aquel artefacto del demonio y pudo respirar.
—Y ¿ahora qué pasa? ¿Hemos llegado? —preguntó con la esperanza de poder bajar de allí.
—Relájate, que te queda mucho por descubrir, bueno y malo —sentenció Claire--
 lo primero, tu hija.
Mi hija —repitió con una sonrisa bobalicona—, mi hija.


viernes, 20 de octubre de 2017

Una nefasta navidad

La cena de navidad estaba preparada, todos los invitados habían llegado, solo faltaba uno, el hermano mayor, que, aunque su edad física era de cuarenta y cinco años la mental no pasaba de siete.
Era una criatura amable y cordial con todo el mundo, por eso estaban tranquilos, todos en el pueblo lo conocían, pero aquella noche era nochebuena y le habían dicho que no volviese tarde, que había regalos, esa palabra era mágica, le encantaban los regalos.
Empezaron a poner la mesa y a preocuparse, aquello no era normal.
Cuando dieron las diez de la noche ya estaban todos nerviosos y buscándolo por todas partes, llamaron a los lugares donde siempre solía estar, nadie lo había visto desde hacía varias horas.
Viendo que no llegaba se empezaron a movilizar, policía, guardia civil, vecinos del pueblo, todo el mundo se volcó en buscarlo, pero no aparecía, durante casi un mes estuvieron batiendo el pueblo y los alrededores, incluso llegaron a pueblos distantes en más de doscientos kilómetros, inundaron las redes sociales, empapelaron el pueblo y los adyacentes de carteles donde se daba la descripción y se añadía que necesitaba medicación, se pusieron en contacto con la asociación para la búsqueda de personas desaparecidas,  pero no apareció, en todo el tiempo, no apreció.


Dos meses antes

Llamaron a la puerta, Yolanda estaba enfrascada con unos trabajos que tenía que presentar en la universidad, había dejado a su madre, aquejada de Alzheimer, en el centro de mayores y no esperaba a nadie, sus hermanos vivían fuera y estaban cada uno en su trabajo, ella era la más pequeña y le había tocado hacerse cargo de su madre y hermano, y lo hacía con gusto, su madre estaba mal, pero a ratos se podía mantener una corta conversación con ella, lo malo eran sus momentos de lucidez en los que preguntaba por su hijo, al ser discapacitado nunca se había separado de él, la excusa que le daban era que estaba en un centro de día donde aprendía a valerse por sí mismo, al darse la vuelta, por suerte para ella, lo había olvidado.
—¿Yolanda? —dijo un señor acompañado de su hija, una jovencita de unos trece años, cuando está abrió la puerta.
—Sí, soy yo, ¿en qué puedo ayudarle?
—¿Podemos pasar? Tengo algo que decirte y no es agradable —la tuteó.
Se hizo a un lado y los dejó pasar, no le era desconocido aquel hombre, pero tampoco habían cruzado nunca nada más allá de un saludo.
—Verás, no sé por dónde empezar… pero esta mañana unas compañeras de Aina han abusado de Ramiro, he venido en cuanto me lo ha dicho, lo han grabado con el móvil, así que he pensado que debes hacer algo antes de que lo borren.
Sacó el teléfono móvil de su hija que llevaba con él y le enseñó el vídeo que le habían pasado, cuatro chicas de entre quince y diecisiete años se reían de él, lo hicieron desnudar y le hicieron que se masturbara delante de ellas, el hombre con mente de niño no entendía nada, solo lloraba.

El buen hombre la acompañó a la policía a poner la denuncia, por suerte había sido todo muy rápido y aquella misma tarde se presentaron los agentes en el instituto y requisaron todos los móviles, el setenta y cinco por ciento de ellos tenía la grabación, al considerarse por su minusvalía un menor de edad, el juicio sería bastante rápido, para mediados de enero se fijó la fecha.
Durante todo ese tiempo la policía empezó a hacer averiguaciones, la cosa estaba clara pero necesitaban saber de quién había partido la idea, las jóvenes se habían enrocado y estaban todas a una, pero si no se aclaraba pagarían todas la misma pena.
La desaparición de Ramiro había dejado al pueblo dividido entre los que decían que se había caído por algún precipicio o perdido en el bosque, cosa que él en cuanto anochecía no pisaba, le daba pánico la oscuridad y los que decían que el juicio tenía algo que ver con ello. Habían asignado un policía al caso y Yolanda estaba muy pendiente, por algo estudiaba criminalística, aquello le estaba sirviendo, por desgracia, para tener experiencia de primera mano en un caso real y doloroso, suerte que el agente siempre estaba dispuesto a escuchar sus opiniones o ideas, poco a poco la colaboración se fue convirtiendo en amistad y la amistad en algo más profundo que ninguno de los dos estaba dispuesto a admitir, al menos Yolanda se había propuesto aclarar el caso antes de dejar que los sentimientos ahondasen en su corazón, no quería interferencias, necesitaba la cabeza fría para pensar.
Llegó el día del juicio, al ser menores de edad las chicas iban con sus padres y abogados, estaban nerviosas, a Yolanda no le pareció raro que se presentase David, el padre de la joven que había ido a su casa a denunciar los hechos.
El juicio se saldó con una multa, cosa que a Yolanda no le pareció justo. Poco a poco el pueblo retomó la normalidad, pero en las cabezas de Yolanda y Alex, el policía, resonaban algunas cosas que no acababan de cuadrar.
El tiempo pasaba y no había noticias de Ramiro, el comportamiento de David de vez en cuando parecía impostado, estaba demasiado preocupado por el paradero de Ramiro, fue el primero en apuntarse a las batidas, el primero en ofrecerse por si necesitaban algo, pero cada vez que se ofrecía, a Yolanda le daba un escalofrío, no sabía por qué pero allí estaba aquella sensación. Alex llegó un día a casa de Yolanda, le expuso precisamente la misma sensación que tenía ella, habían llegado a la misma conclusión a partir de puntos de vista diferentes, quedaron en que lo vigilarían, si estaban equivocados no pasaría nada, le explicó a la joven, aquello era extrapolicial, se había involucrado mucho en el caso y sus superiores casi lo habían archivado, Alex con tal de seguir en contacto con Yoli, era capaz de cualquier cosa, estaba seguro que ella también sentía algo por él, pero ella se había jurado que mientras no esclareciera lo que había pasado con su hermano, no podía centrarse en hombres ni en nada que se le pareciera.

Casi un año después

David empezó a relajarse, ya no estaba tan interesado en el caso, parecía que se había quedado tranquilo, un día Alex lo vio acompañado de una de las chicas acosadoras, aquella chica era una de las mayores del grupito, tendría unos diecisiete años, pero la actitud era demasiado sospechosa, parecían una pareja, los siguió, entraron en un hotel de bajo coste, aquello era raro.
Esperó a que salieran, estuvieron allí un par de horas, el tiempo que duraban las clases, se despidieron con un fugaz beso en la puerta, lo que confirmó sus sospechas.
Empezó a investigar por aquel lado, aquello se ponía interesante, ¿qué tenía que ver aquella joven con David? Centró su investigación en el juicio, en aquel juicio, alguien pensó que si no había cuerpo del delito no había delito, se equivocaron, la tutora legal de Ramiro era su hermana y a ella le correspondía representarlo, así que hubo juicio y hubo sentencia, de pronto pensó lo que habían descartado como una mala casualidad, la desaparición de Ramiro tenía mucho que ver con aquel juicio, y empezaba a pensar que aquella extraña pareja también.
Ramiro se había fijado en la joven, le había dicho en alguna ocasión que era mala, lo que dicen los niños cuando alguien hace algo por lo que a ellos les castigan, así que cada vez que la veía le decía que era mala, que era una marrana, había sorprendido a la pareja haciendo el amor en el coche y en su infantilismo les dijo que se lo diría a su madre, el plan fue abusar de él para poder acusarlo a su vez, no contaban con la hija de David, aunque era más pequeña la incluyeron con tal que mantuviera la boca cerrada, pero entró en pánico y se lo explicó a su padre, este se acojonó y fue a buscar a Ramiro, quiso hablar con él, lo encontró camino de su casa la tarde de nochebuena, Ramiro se asustó al ver que el coche se ponía a su altura, echó a correr, con tan mala suerte que se cayó y el coche le pasó por encima. David se asustó, pensó llevarlo a un hospital ya que parecía que seguía con vida, por el camino se murió, como estaba solo lo llevó a su casa… estaba en obras.



miércoles, 11 de octubre de 2017

No nos pertenecemos


No nos pertenecemos, somos cuerpos libres, irrepetibles. 
Nuestras miradas se pierden en la misma dirección.
¿No nos pertenecemos?
Juntos somos lujuria, cautivos de una misma pasión.
Nos provocamos con besos, enredamos nuestras lenguas.
Soñamos cuerpos ardientes, poseámoslos.
¿No nos pertenecemos?
Nos encontramos por casualidad.
Nunca nos dijimos nuestros nombres.
Nuestros cuerpos nunca los quisieron pronunciar.
No, no nos pertenecemos.
Tan solo estamos anclados uno al otro sin más.
Sin querernos, sin atarnos, sin buscarnos.
Un choque de pasiones, dos olas en un inmenso mar.
Pero no, no nos pertenecemos.
Solo somos dos voluntades.
Libres, irrepetibles.
Derramando juntos la esencia de nuestra libertad.
Teresa Mateo




lunes, 9 de octubre de 2017

Miedo

Era muy miedoso. Tenía miedo de caminar solo por la calle, de la oscuridad. Tenía miedo a cualquier cosa que fuese desconocida para él.
Sus amigos siempre le hacían las típicas bromas, que si eres un gallina, que si pitos, que si flautas, hasta que un día se le ocurrió hablar con el cura del pueblo, ya que ni psicólogos ni psiquiatras habían sido capaces de ayudarlo.
—Estamos cerca de todos los santos —le dijo el cura—, hay una leyenda que dice que para acabar con el miedo nada como enfrentarse a él.
—Ya lo hago, pero no hay manera. ¿Qué dice la leyenda?, a lo mejor eso me ayuda.
El cura le explicó lo que tenía que hacer y él con todo el coraje que pudo reunir durante los dos días que faltaban para la noche de los muertos se fue mentalizando.
Llegó el día y se preparó a pasar la noche a la intemperie. Hacía un frío glacial y el gélido aire quemaba los pulmones, pero él se abrigó bien y se dispuso a realizar los actos que el cura le había dicho.
Cogió una linterna para el camino. Al llegar la apagó, allí le había dicho que no podía tener ningún tipo de luz. Una vez en las ruinas del monasterio se dispuso a esperar que dieran las doce, según le había dicho el cura debía situarse en el centro de la galería de lo que había sido el patio, lugar de meditación de los monjes. Apagó la linterna y tiritando de frío se cogió los brazos para infundirse más valor que calor y se dispuso a esperar. Lo que no le había dicho el párroco era qué.
Un rumor sordo le llegó cuando pudo controlar el castañeteo de los dientes. Un rayo cruzó el cielo seguido de un trueno espantoso. Los segundos que duró aquel le erizaron más la piel. Lo que el relámpago iluminó le hizo gritar sin que de su garganta saliera sonido alguno.

Una horda de monjes se acercaban hacía él, iban rezando con las cabezas gachas. Otro relámpago volvió a iluminar el cielo, esta vez vio que los monjes lo estaban rodeando. Cada vez estaban más cerca. El pulso se le aceleró. Quiso correr y las piernas no lo sostenían. El circulo cada vez era más estrecho. Le faltaba la respiración hasta que cayó al suelo de rodillas implorando por su vida. Los monjes atravesaron el cuerpo y siguieron su camino. Cuando se levantaron las capuchas, sus caras eran calaveras. Cada noche de difuntos salían a buscar al que hacía trescientos años los había asesinado en una noche como aquella.

viernes, 8 de septiembre de 2017

Sueños

Cada noche sueño tu cuerpo
Te sueño acariciando mis mejillas
Te siento apasionada fantasía
La sangre hierve en mis venas
Mis manos buscan enredarse en tu pelo
Mi lengua quiere batirse en duelo con tu boca
Mis ojos recorren tu figura en la penumbra
Mi cuerpo busca fundirse con el tuyo
Pero ya no eres el mismo
Eres humo que se escapa entre mis dedos
Me dan miedo tus silencios
Alimentas excusas vanas
Cuando sientes mi necesidad
A qué debo, señor, este castigo
Será por mi amor tan desmedido
Nunca aprendí a esconder lo que siento
Aunque ahora sé que mi amor se lo lleva el viento
Pero sueño cada noche con tu cuerpo
Sueño cuando todo eran sueños
Sueños de un camino de rosas
Que se han convertido en espinos
Qué hacer con este amor
Amor no correspondido
Por eso te sueño
Te sueño porque no te tengo
Teresa Mateo


lunes, 24 de julio de 2017

Confesiones

¿Te has enamorado alguna vez?, lo preguntaste de pasada, como aquel que no quiere la cosa. Como decirte que sí, ya lo creo que me había enamorado alguna vez, y siempre pensé que esa alguna vez era la definitiva, eran amores que me aportaban mucho, demasiado, llegué a pensar de alguno de ellos, pero en realidad no era amor, era tan solo atracción física, estábamos bien juntos, nos empezábamos a conocer y nunca teníamos bastante, éramos dos cuerpos insaciables, dos espíritus libres, dos almas iguales, pero no era amor, no estábamos enamorados, sencillamente nos entendíamos en la cama y pensábamos que aquello era suficiente, con el paso de los meses aquel fuego se calmaba y ya no teníamos tantas cosas en común, o en alguno de esos amores incluso me llegué a dar cuenta que en realidad no teníamos nada en común, ni siquiera nos gustaba la misma marca de dentífrico.
Entonces decidí que no quería volver a probar, aquella simple pregunta me dejó k.o., no quería volver a sufrir, aunque sufrimiento no fuese la palabra adecuada, ya que el amor que hubiera podido sentir por ellos hacía tiempo que se había esfumado, había llegado a pensar que si buscaba desesperadamente una pareja era porque no me gustaba estar sola, y me hice el propósito de aceptar que nunca sería una persona que pudiera capaz de vivir en pareja... hasta que llegó él.
No entiendo qué le vi, o qué no le vi, porque nada que ver con lo que siempre había buscado en mis anteriores relaciones, no había pisado un gimnasio en su vida y a mí siempre me habían gustado los hombres que se cuidaban, musculosos pero sin una gota de grasa, que a mí bastante me costaba mantener mi figura tan juvenil como casi cuando tenía los veinte años, las arruguitas que incipientemente intentaban aparecer en mis ojos eran debidamente tratadas por mi esteticista, la dieta la hizo especialmente para mí mi segunda pareja, ¿o fue la tercera? Bueno en todo caso uno de mis hombres, médico nutricionista, decir en mi descargo que siempre he quedado en buenos términos con ellos, seguimos siendo amigos y si hay que salir a tomar una copa lo pasamos bien, y si en algún momento toca tener un detalle con el cuerpo, pues se tiene y ya, hasta hoy. Pero hoy no soy yo, hoy no soy aquella mujer divertida y algo descarada que estaba acostumbrada a los agasajos, acostumbrada a que los hombres volviesen la cabeza a mirarme cunado pasaban  por mi lado. Aquella mujer se evaporó con el interrogante y hoy no me conozco, hoy en mi piel habita una mujer desesperada, una mujer rota, una mujer a la que cortejan cada día una tropa de hombres disputándose sus favores y que eso ya no la complace.
Reflexionando sobre la pregunta en cuestión fue que empecé a hacerme preguntas a mi vez, ¿A qué venía aquella pregunta? me la contestó con una frase retórica ¿Qué se siente que te amen? No pude contestar, en aquel instante me di cuenta que no había habido amor en mi vida nunca, solo sexo y caprichos, siempre había sido una mujer caprichosa, quería algo, lo tenía antes de abrir la boca, pero siempre me faltaba algo y ese algo no quería ser mi pareja, solo quería ser mi amigo. 
Aquella mujer que se comía el mundo, ahora se arrastra por los rincones suplicando un amor que sabe que nunca llegará, al final había entendido la pregunta ¿Has amado alguna vez? me preguntó de nuevo. Sí, pude contestar entonces. ¿Qué se siente cuándo amas? volvió a preguntar él. Es un sentimiento maravilloso, lo darías todo por aquella persona, contesté, y ¿Que se siente al ser amado? Siguió horadando mi corazón; No lo sé.


miércoles, 5 de julio de 2017

Amor atormentado



Te llevo todo el tiempo grabado en mi memoria.
Instantes pasados hacen surgir suspiros de mi boca. 
Pienso en ti mañana, tarde y noche, te extraño en una madrugada loca.
Tengo tantas ganas insaciables, incontrolables ganas de yacer bajo tu cuerpo.
El mío ya n¡maduro vibra como entonces lo hizo, se estremece con tan solo tu recuerdo.
Me siento en esta vacía cama y dibujo tu cabeza sobre la solitaria almohada.
Mis deseos hago a un lado, no quiero dar paso al desaliento.
Tu cuerpo en sueños me persigue, me atormenta, mis entrañas quema.
Si acaso en un momento mis ojos se cierran, acudes a mí como quimera, vívido, real, lascivo.
Tus caricias son auténticas, tus besos siento húmedos y ardientes, secretos como siempre.
Inconsciente manoteo buscando de tu cuerpo caliente, la saeta que en mí penetró tantas veces.
El sueño reparador nunca llega, me pregunto si para ti soy solo un recuerdo.
Maldigo mi dependencia, mi quebranto y mi pena.
Fue un amor intenso para mí, para ti, solo tormenta.
Teresa Mateo






jueves, 29 de junio de 2017

Conmigo o contra mí

-Estás conmigo o contra mí -te pregunté un día. 
-Qué tonterías se te ocurren, ¿puedo saber a qué viene eso? -preguntaste haciéndote el sorprendido.
Sabes perfectamente a qué me refiero, sabes perfectamente que necesito saber el terreno que piso, sabes perfectamente que aguanto todo, pero quiero saber, no quiero ser una cornuda y que me señalen por la calle cuando paseo, si lo hacen, que pueda levantar la cabeza y defenderme, poder decir que hace tiempo que no somos nada el uno para el otro, que hace tiempo que ni siquiera te das cuenta cuando me cambio el peinado o me pinto de rojo los labios. En aquella ocasión callaste, me quedó claro que tenía razón.
Hace tiempo que lo sé, las mujeres esas cosas las intuimos, pero quería darte la oportunidad de explicarte, darte la oportunidad de una segunda "oportunidad", no por mí, lo hacía por ella, jajaja, tonta de mí, me preocupaba ella. no sabe la joya que se lleva, pensé en aquel momento.
No, no soy masoquista ni nada por el estilo, sencillamente hace mucho tiempo que me doy cuenta que el amor se acabó entre nosotros, hace tiempo que en tus conversaciones por una cosa u otra sale ella, siempre es ella la que hace las cosas bien, siempre es ella la que conoce tus gustos, siempre es ella la que prepara un buen café... cuando ni siquiera es tu asistente.
Casi recuerdo el día que entró a trabajar en tu empresa, venías con una cara de satisfacción que nunca la tuviste conmigo, los ojos te brillaban con un una mirada especial, te perdias en tus ensoñaciones y dejabas vagar la imaginación con una sonrisa bobalicona en la cara. Me hice la tonta, pensé que sería algo pasajero, pero no, empezaste a poner excusas para llegar tarde, yo daba explicaciones que no sentía a tus hijos, por nada del mundo quería que sufrieran, con que lo hiciera yo era suficiente, después dejaste de buscarme en la cama, aquello me pareció denigrante, siempre estabas cansado cuando me insinuaba, hasta que dejé de hacerlo, pensé que sería algo pasajero, me equivoqué, todo con respecto a ti era una farsa, una tremenda equivocación. 
Por eso te pregunto de nuevo, ¿estás conmigo o contra mí? 
Ahora que empiezo a hacer mi vida, te dejo que hagas lo que quieras, nunca te he reprochado tu doble vida, yo me inventé una para poder sobrellevarlo.
No me pidas explicaciones, no tengo por qué dártelas, nunca te he interesado más que como un vientre en el que engendrar tus hijos, para lo demás estaba ella, no pongo su nombre porque nunca quise saberlo, dolía menos si era anónima.
¿A qué viene ahora que me pidas explicaciones de lo que hago? nunca te ha interesado, nunca has preguntado por mi trabajo, si me va bien o mal, nunca me has dicho si estaba guapa o fea ¿Por qué ahora? ¿Te ha dejado? si es eso, lo siento, pero es tarde, de lo nuestro no queda nada, si es que alguna vez hubo algo, si no te dejé fue porque soy una cobarde, pensé que era mejor una estabilidad en un mal hogar que tener que batallar por mis hijos, eso no podría soportarlo, por eso aguanté, por eso nunca pedí explicaciones, por eso sabía lo que estaba pasando y callé, por eso es demasiado tarde. Entre nosotros no queda nada, solo somos dos personas que comparten piso, aunque ni siquiera las tareas son compartidas, por algo soy la mujer, y tú siempre fuiste bastante machista.
Con esto te digo adios, los hijos ya no me necesitan, quizá acuso más el síndrome de nido vacío, se acabó el motivo de mi lucha, abandono el barco, te dejo con ella, aunque sé que con ella nunca serás feliz, ella es ese pecado que te hace sentir el macho, pero fuera de un par de revolcones a la semana creo que el resto carece de valor, por eso nunca quisiste terminar ,lo nuestro, aunque lo nuestro hace años que terminó.
Cuando regreses esta noche no estaré, no me busques, es lo mejor para los dos, soy una cobarde, debí haberlo hecho hace tiempo, pero como ahora no fui capaz de dar la cara, aunque creo que la cara debiste darla tú, al fin y al cabo la cornuda soy yo.
Por eso te repito, no me busques, ya no hay vuelta atrás.
Teresa Mateo



miércoles, 21 de junio de 2017

Juguemos

Te propongo un juego diferente, juguemos a querernos, juguemos a ser uno.
Juguemos a pertenecernos, sabemos lo que somos, pero de vez en cuando hace bien jugar.
Juguemos al amor. No sé jugar a ese juego. Nunca he jugado, pero intuyo que me tiene que gustar.
Espero que me enseñes, que podamos jugar por mucho tiempo.
Me apetece probar algo nuevo, diferente, que sea a mí a quien deseas.
Me apetece decirte que te amo, que la palabra amistad tiene un significado diferente si se trata de ti.
Jugué mucho tiempo a alejarme, esperando que me extrañases.
Mi presencia nunca tuvo el valor que mi ausencia ahora tiene.
Venga, juguemos a que me quieres,
Aunque sea en un juego, quiero saber qué se siente cuando te aman.

Teresa Mateo Arenas