jueves, 24 de diciembre de 2015

Solitaria navidad

Estaba sola. Bueno no era exacta esa afirmación, en realidad tenía una familia, un marido, unos hijos, unos padres, unos suegros y así podía seguiría enumerando la enorme familia que eran, pero no por ello dejaba de sentirse sola.
Había llegado a un punto en que prefería la soledad que estar rodeada de tanta gente con la que, en la mayoría de los casos, no tenía nada en común, pasaría la nochebuena en casa de unos, la navidad en casa de otros, incluso un día le tocaría a ella preparar los fastos para toda aquella horda de personas ruidosas y a veces incluso un poquito ordinarias. Ya se sabía eran fechas de comer y beber y aunque suene a tópico es lo que se hace en dichas reuniones obligados por la tradición, como obligado por la tradición era muchas veces acabar con algún disgusto. Cuando se bebe demasiado cualquier inocente comentario puede encender la bombilla en el cerebro y hacer que las piezas de un puzzle encajen convenientemente o hacer saltar la chispa que enciende la mecha de una discusión, discusión que tarda un año en olvidarse, si, justo hasta la cena de la nochebuena siguiente.
Por eso a ella cada vez le disgustaban más aquellas reuniones, ella era la rara de la familia, la bohemia, la que era incapaz de incordiar a nadie con un mal comentario, por muy molesta que se sintiera, ella era así, aunque se estuviese rompiendo por dentro, nunca enojaría a nadie por sentir una inconveniencia.
Por eso se sentía tan sola, sabía que lo estaba perdiendo, sabía que otra ocupaba su corazón y sabía que aquellas navidades las pasarían juntos, como siempre, aunque a lo mejor sería la última, y nadie notaría nada, porque él sabía muy bien ocultar sus emociones, pero ella lo notaba, era otra persona la que convivía con ella. Aunque él para nada había cambiado sus hábitos, su horario era incluso más estricto que antes, pero ella era mujer y sabía que había otra. 
Qué paradoja, de pronto se había vuelto más cariñoso con ella, volvía a casa en cuanto acababa la jornada, se mostraba más atento incluso que de costumbre y ella lo aceptaba, aceptaba las migajas de su amor compartido, aunque fuese en un día como aquel, aunque fuese en una bulliciosamente solitaria y triste navidad.
¿Por qué lo sabía? no, no había llamadas indiscretas, no había mensajes, ni cartas, es más, ni siquiera tenía un móvil de última generación, ¿su excusa? solo lo necesitaba para hablar, sabía muy bien que un Whatsapp podía ser una amenaza a su nueva relación, de ese modo no cabía indiscreción posible, así que no había nada de nada... pero lo sabía porque él, por primera vez en mucho tiempo, era feliz.
Teresa Mateo




jueves, 10 de diciembre de 2015

La llave

Al llegar a casa encontró un llave debajo del felpudo de la entrada. Al pronto se quedó extrañada, ¿quién habría dejado allí aquella llave? 
No encontraba ningún sentido, lo único que se le ocurría era que alguien se había confundido y la había dejado por error. La cogió y la guardó, esperando comentarlo con alguna vecina por si la habían perdido y se la pusieron a ella por equivocación.
Petra siguió con su vida sin volver a pensar en aquel tonto incidente, hasta que a los dos días encontró en el buzón un pequeño sobre en que le decía alguien que, por favor, entregase la llave en una dirección concreta. "Tanto misterio por una tonta llave", pensó. Aunque no se quedó demasiado tranquila, si sabían que estaba allí la llave ¿por qué no se la pedían directamente y ya estaba? Con la de cosas que tenía ella que organizar y solo faltaban dos días para navidad.
Durante esos días estuvo acelerada a tope; compra de regalos; comida para la familia que se reunía en su casa el día de San Esteban, y, aunque estaba separada y sola, la tradición no la había perdido, ese día incluso su ex estaba invitado. 
Después de casi tres años separados seguía tan enamorada como el primer día, y, tan extrañada como el día que él le dijo que se marchaba de casa, que aquello no funcionaba, todavía seguía sin entender el motivo. No era otra mujer, no era por que ella lo agobiase, sencillamente, le dijo que él no la quería como ella a él. Casi se resignó, pero solo casi.
El día veinticuatro, día en que tenía que entregar la llave en la extraña dirección, amaneció nevando copiosamente, le daba un palo tremendo tener que ir a la otra punta de la ciudad con aquella nevada y aquel frío. La carretera estaba colapsada y cada vez se ponía más nerviosa, en aquel momento se sentía insegura, no sabía si hacía bien yendo a un lugar desconocido. Hasta aquel momento no había pensado que pudiera ser una trampa o algo por el estilo, ¿y si era un maníaco?, ¿y si era un engaño para hacerle algún mal? 
Ya que estaba llegando no iba a volver atrás, pensó, pero iría con cuidado, eso sí. Llamaría y le diría a quién fuese que bajase a buscarla o quizá la depositaría en el buzón. Sí, eso haría, la dejaría en el buzón y que bajasen a buscarla, se iba diciendo todo el camino.
Llegó a la dirección indicada y todo lo que había pensado se quedó en agua de borrajas, era un bloque antiguo que ni siquiera tenía interfono para avisar que estaba allí. ¡Se podía tener más mala suerte! ¡si ni siquiera había buzones! le tocaría subir y se maldecía por ser tan sumamente correcta, no podía dejar de hacer lo que le pedían por descabellado que fuese el encargo; que lo era.
Se encomendó a Dios y a todos los Santos y se dispuso a entregar la dichosa llave a su destinatario. Al llegar a la puerta indicada se llevó otra sorpresa, estaba abierta, tan solo entornada, pero sin ningún tipo de pestillo o cerradura. ¿Qué hacer? de nuevo el dilema, entrar sería un allanamiento, vamos lo que le faltaba, que encima la denunciasen por entrar en una casa que no era suya, su cabeza no paraba de elucubrar hipótesis.
  -¿Hay alguien? -llamó con timidez.
Empujó un poquitín la puerta por si no la habían oído y volvió a llamar, esta vez un poco más fuerte. Nada, no parecía haber nadie. Aquello era el colmo. Hacerla ir hasta allí para eso, no había derecho.
Buscó un papel en el bolso, menos mal que era de costumbres anticuadas y le gustaban las agendas de papel, con una electrónica no habría podido, y escribió una nota.
Estaba a punto de dejar la llave envuelta en la nota cuando la puerta se abrió de golpe. Casi le da un infarto.
De pronto se encendió la luz de la entrada, una luz tenue y mortecina. Petra pensó que saldría alguien, pero no, en el suelo brilló una flecha que le indicaba que entrase con su nombre.
Entró con más miedo que vergüenza, a medida que avanzaba se iluminaban unas flechas en el suelo idénticas a la primera. Las siguió con paso inseguro y aterrada al mismo tiempo por su osadía, con lo cobarde que era, cómo era posible que estuviese haciendo aquello, pero la intriga estaba ganando al miedo y ella siguió caminando.
Al final de las flechas se encontró una puerta de vidrio cuyos tiradores estaban anudados con un lazo rojo. El corazón estaba a punto de estallarle, pero la curiosidad pudo con su escepticismo y su miedo. Deshizo la lazada y con temblor en las manos empujó las puertas. Jamás pensó encontrar lo que allí había.
El salón estaba decorado con todo lujo de detalles navideños y la mesa puesta para dos comensales. El árbol se encendió al momento justo que ella puso sus ojos encima. La chimenea prendió en aquel mismo instante y a la luz del fuego vio su regalo de navidad.
Una enorme caja envuelta con un vistoso papel dorado, con un enorme lazo y un letrero con su nombre que decía: ábreme.
Con mano temblorosa la abrió, dentro estaba su ex marido completamente desnudo y con otro lazo rojo envolviendo su miembro erecto y con un cartelito en las manos que decía: No puedo vivir sin ti, lo siento, me equivoqué.
Petra no podía creerlo, del ataque de risa casi se ahoga, pero se colgó de su cuello pensando que aquellas iban a ser las mejores navidades de su vida.
Teresa Mateo