jueves, 12 de noviembre de 2015

La maldición

Estaba finalizando el año, y no había sido un buen año. Estaba decepcionada, con el mundo, con la cruel realidad, con ella misma.
Necesitaba un cambio drástico en su vida, pero cada vez que lo intentaba había algo que lo impedía, era como una maldición que la obligaba a seguir igual. Cuando no era por falta de trabajo, era por exceso. Cuando tuvo amor no tenía tiempo, ahora que lo había perdido lo buscaba en todos los hombres que se le acercaban.
El problema llegaba cuando querían ir más allá, ella estaba dolida, y necesitaba tiempo. Un tiempo escaso y a la vez generoso. Estaba en esa edad en que no importa decir lo que se piensa y a veces no hace falta pensar mucho lo que se dice, más que nada, porque a lo mejor si piensas mucho las cosas, no las dices.
Llegados a este punto había conocido a alguien, no, no era el amor de su vida, estaba segura de ello, pero congeniaban tan bien que no le importaba involucrarse cada vez más en su vida. Una vida de mujer separada, ¡y con nietos!, pero que se sentía joven, muy joven interiormente, le gustaba su sesión de baile de los jueves, peluquería los viernes, estética una vez al mes, etc. Trabajar de comercial era lo que tenía, siempre había que estar "puesta" y aunque ahora aquello de presentarse ante los clientes en tejanos ya no estaba mal visto, ella seguía fiel a sus costumbres.
Siempre había sido muy activa, en todos los ámbitos de su vida, y el divorcio llegó precisamente por eso, ella seguía sintiéndose joven, con ilusiones renovadas cada día, pero su ex cada día parecía mayor, ejercía de señor mayor antes de serlo, habían ido divergiendo poco a poco hasta llegar a ser dos extraños.
Fue una separación traumática, dolorosa. Ella seguía amando a su marido pero él no era capaz de seguirla, prefirió perderla antes que buscar la manera de intentarlo por mucho que el consejero matrimonial al que habían acudido lo intentase. 
Y ahora ella estaba saliendo con el consejero, y sabía que no iba a ser para siempre, pero bailaba como Jhon Travolta en Fiebre del sábado noche, la llevaba al cielo cada vez que hacían el amor. Antes de abrir la boca ya le había concedido su más mínimo deseo. Las mejores salas de baile, los mejores teatros, los mejores restaurantes eran como su segunda casa, pero no, no era el hombre de su vida, y lo sabía, pero parecía haber roto su "bendita" maldición.
Teresa Mateo


martes, 3 de noviembre de 2015

El lápiz mágico

  -Nunca te he obligado a bajarte las bragas...
Con este mensaje se desayunó Clio cuando le dijo a Cimón que lo suyo no podía seguir así. 
Se habían conocido casi un año atrás en una web de contactos, al principio el feeling fue bestial. Aunque ella era reacia a esas webs lo cierto es que estaba cansada de estar sola y una buena amiga le dijo que no perdía nada por probar, solo hablar y si se terciaba, tomar un café o una copa. Había chateado con un par de tíos bastante divertidos pero no eran lo que ella buscaba, eran bastante jóvenes e inmaduros y querían lo que querían, ella sin embargo quería algo duradero, no un polvo de una noche. Ella quería un hombre, a poder ser culto y con una buena conversación, y en Cimón pareció encontrarlo.
Cimón apareció de pronto, y, aunque no era su tipo, a ella le gustaban los hombres de anuncio de gimnasio, Cimón no era demasiado alto y le empezaba a ralear el cabello pero lo compensaba con trajes que le sentaban como un guante y una elegancia bastante natural, así que pensó que le daría una oportunidad. Hablaron un par de veces y le pareció que colmaba sus expectativas, era separado, sin hijos, igual que ella, por lo tanto, no había el problema de los ex a la hora de te toca-me toca, por ahí empezaron a entenderse y sin pensarlo el primer día que se encontraron para conocerse mejor y tomar un café, acabaron en la cama. No era lo que ella tenía pensado pero, que caray, con sus treinta y nueve años cumplidos no tenía por qué dar explicaciones a nadie, era una mujer independiente y si le apetecía echar un polvo (y qué polvo) pues bien echado estaba.
Al principio todo iba como la seda, escapadas de fin de semana, cenas románticas. A él le gustaba alardear de su posición y Clio empezó a darse cuenta que lo que él buscaba era una chica mona y tonta que a todo dijese amén, y ella era mona, pero de tonta no tenía un pelo.
El problema vino después, cuando él se dio cuenta de que ella podía pensar por sí misma y que había veces en los que no estaba de acuerdo con sus comentarios que empezaban a ser groseros y machistas. Las últimas veces que habían quedado, siempre fue en casa de él. Cimón la llamaba y ella era la que tenía que ir donde él estuviese, las primeras veces pensó que estaba cansado del trabajo, aunque lo que hacía tampoco mataba. Cimón era director de una sucursal de banca dedicada exclusivamente a empresas. Llegaba, la desnudaba, le echaba el polvo y la mandaba para casa. Las primeras veces Clio pensó que era ella la que no se quedaba porque no se sentía cómoda en una cama que no era la suya, era la excusa que le daba su corazón, para no ver lo egoísta que estaba siendo con ella. La única vez que se quedó había pasado la noche sin rozarla siquiera y en vez de hacerle el amor pasó la velada viendo un partido de fútbol, supuso que sería importante, le dijo con sorna sin que él le prestase atención, Clio estaba segura que ni siquiera la oyó.
Poco a poco los encuentros fueron más esporádicos. Clio lo llamó un par de veces, y él, encantado dijo que sí, que tenía ganas de verla, que la echaba de menos.
  -Paso a recogerte a la salida del trabajo -le dijo una noche.
Llevaba más de media hora esperándolo cuando sonó el whatssap.
  -Culogordo, lo siento, me ha llamado mi madre con una urgencia y no puedo recogerte, mañana te digo algo.
  -Está bien, mañana nos vemos -contestó ella molesta consigo misma, como siempre, y no solo por el plantón, no soportaba que la llamara así, si algo tenía ella era tipo de modelo, ni le faltaba ni le sobraba nada. Empezaba a cuestionarse qué fue lo que le había gustado de aquel tipo, Bueno, al principio fueron sus batallitas, siempre tenía una anécdota divertida que contar, lo que le molestaba era que se sintiese tan superior, él era más inteligente que nadie, él ganaba más dinero que ninguno de sus compañeros, él, siempre él, su ego no la dejaba ni tan siquiera comentar algo que le hubiese pasado a ella, sencillamente lo suyo carecía de importancia.
Después de aquel desplante quedaron unas cuantas veces más, siempre cuando él quería, cuando era ella la que tenía ganas de quedar, él siempre tenía una excusa. Clio cada día estaba más desencantada de Cimón, máxime cuando había días que la dejaba marcharse a su casa, después del correspondiente polvo, a las tres de la madrugada, con viento, lluvia, frío o lo que fuese. 
Después de tantos meses esperando que mejorase la relación, ella creyó que había llegado el momento de hablar claro y que le dijese qué pensamientos tenía con ella, o se definía y daban un paso adelante en la relación, o aquello se acababa.
Él solía salirse por la tangente, todo excusas, y al final, malas palabras. Clio estaba decidida a acabar con aquella situación que la estaba intoxicando. Durante unos días dejó de mandarle los mensajes de buenos días que cada mañana le enviaba al Whatssap, ya que su frase favorita era: Hola, fea, o Buenos días, culogordo, sabiendo cuánto le molestaba a ella por mucho que él dijese que era en plan cariñoso.
Cimón notó que ella se estaba enfriado y empezó a ser él el primero en enviar los mensajitos. Clio no sabía cómo tomarse aquello. Cuando se mostraba cariñosa, él pasaba de ella. Cuando ella intentaba cortar la relación, él parecía tener más ganas que nunca de seguir.
Clio no podía más, aquello le estaba haciendo mucho daño, ella era una mujer joven, culta y con una buena profesión, no tenía que depender de ningún gilipollas para vivir y se sentía utilizada, peor aún, se sentía menospreciada. Ella que siempre había sabido valorarse, ahora estaba empezando a dejarse atrapar en su red. Sabía por su profesión (trabajaba en un centro médico) que era una relación tóxica, que debía terminar cuanto antes, pero le era imposible, en cuanto él chasqueaba los dedos, ella volvía a su lado, para llegar a su casa y maldecirse por no ser capaz de atajar una situación que se estaba convirtiendo en un problema para su estabilidad emocional. Estaba llegando al límite.
La última vez que estuvo en su casa se había dejado olvidada una chaqueta, iría a buscarla y le diría que aquello había terminado, pensó, le diría que ella no se sentía cómoda en aquella relación y que le gustaría que quedasen como amigos, ya que de ahí no parecía que fuesen a pasar.
  -Cimón, me he dejado una chaqueta en tu casa, pasaré a buscarla mañana por la mañana dime si vas a estar, gracias. -Fue el mensaje de whatssap que le envió.
  -Ven esta noche, mañana no voy a estar... y ahora mismo me está creciendo.
  -¿Qué te crece?, ¿el flequillo? -contestó ella a su grosería.
  -Ya sabes lo que me crece, la polla cuando me la besas.
  -Pues eso se acabó, eres un grosero, esta es la última que te aguanto.
  -¿Eres tonta? te digo que me pones un montón y me saltas con esas ¿es qué no sabes leer?
  -Tengo un grado superior, entiendo perfectamente y sé leer entre lineas.
Clio desconectó el móvil, aquello le pareció excesivo, ¿qué pretendía ahora? Se sentía tan mal, nunca debió llegar tan lejos con alguien así, se dijo, a la vez que se moría de ganas por estar entre sus brazos. De pronto se dio cuenta que ella sola no sería capaz de salir de aquella encrucijada, hablaría con una de las psicólogas del centro en el que trabajaba, necesitaba ayuda urgente, no podía seguir así.
Se fue a la cama y al levantarse encontró un mensaje y una llamada perdida.
De pronto le entró otro mensaje de él diciéndole que lo que él quería era una mujer dulce y sensible y que ella no lo era, aquello era el colmo, cuando ni siquiera una sola vez le había pedido que se quedase o le había ofrecido en su casa ni una triste copa. Clio estaba cada vez más cabreada, aquello no podía ser cierto.
  -¿Hablas de sensibilidad? -le mensajeó- cuando eres la persona más fría e insensible que conozco, cuando si yo no empezaba no eras capaz de darme ni un beso, siempre he tenido que empezar las caricias, ahora me doy cuenta que me has tenido de retén, creo que ni siquiera te gusto, ¿sabes cuantas veces me he ido llorando de tu casa? no hables de sensibilidad y menos de ternura cuando has sido despiadado conmigo.
   -Pensaba que solo éramos follamigos, creí que estaba claro -se despidió Cimón.
  -Perdona, tengo más clase que todo eso, no soy la follamiga de nadie y menos de nadie tan vulgar como tú. Te creí un caballero, pero en el fondo no eres más que un vulgar sabelotodo.
  -No es culpa mía si te relacionas con gentuza -fue el colofón de Cimón en respuesta a Clio.
  -Desde luego que no, es la primera vez que me encuentro con uno. A partir de ahora sabré distinguirlos.
Al momento de enviar los mensajes la llamó al móvil, hasta tres veces sin que ella descolgara.
Aquella mañana no pudo ir a trabajar, le dio un ataque de ansiedad, cuánto desperdicio de cariño en alguien que lo único que buscaba era tener donde meterla cuando le fallaba la de agenda, lección aprendida, Clio, se dijo a sí misma.
Cuánto hubiera dado Clio en aquel momento por tener un lápiz mágico y borrar ese año de su vida.
Teresa Mateo